Estos días pasados de temporal en el Atlántico han empujado a muchas aves de alta mar hacia la costa y han permitido que los pajareros disfrutemos de avistamientos de aves muy poco usuales, especialmente para los que somos de tierra adentro. Lamentablemente, muchos ejemplares han llegado exhaustos a la playa y otros no han sobrevivido… la vida en el mar es así de dura. Durante un par de semanas, mi amigo José Antonio Sencianes ha estado enviándome imágenes y narraciones de todo lo que estaba ocurriendo con las aves marinas en la costa de Huelva así que hace un par de semanas organicé una visita a uno de mis lugares favoritos para pajarear: las Marismas del Odiel, en Huelva. A las cinco de la mañana ya estaba sonando el despertador y un rato después recogía a Juanma Delgado. Una hora y pico de coche hasta Sevilla para recoger a Coco. Preceptivo alto en el camino para hacer los honores a un buen desayuno y otro buen rato hasta Odiel. El día estaba espléndido, luminoso, buena temperatura y sin viento lo cual nos hizo sospechar que las aves marinas ya se habrían ido mar adentro. En Calatilla no había nada fuera de lo habitual así que nuestras sospechas parecían confirmarse así que dedicamos nuestra atención a los cucharas y a una focha moruna que andaban por allí. Poco a poco nos fuimos adentrando hacia la playa y la cosa se puso más interesante. Tridáctilas a dos metros de distancia, centenares de ellas. Gaviota boreal, hiperbórea y págalo grande, además de picofinas, sombrías, patiamarillas, reidoras, cabecinegras y audouin. Chorlitejos por un tubo, charranes patinegros, el págalo atacando a un inmenso bando de gaviotas, entre las que estaba el gavión hiperbóreo. Atacando como una perdicera o una real. Impresionante el pánico que produjo su presencia entre las fornidas sombrías y el inmenso gavión hiperbóreo. Más adelante, en el espigón, paíños aunque tremendamente lejos (sólo fotos testimoniales pero una gozada verlos) y a la vuelta las gaviotas enanas en Calatilla que nos deleitaron con todo tipo de acrobacias aéreas bajo una luz de ensueño. Un día memorable de pajareo y fotografía que me hizo volver a casa agotado físicamente (llegué a Córdoba a las 21:30) tras pasar todo el día con el 500 a pulso y el 300 cargado a la espalda pero mereció la pena. Ya lo creo que sí.