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Nikon D300, AFS Nikkor 70-200VR II, a pulso, exposición manual |
Hace poco
tuve la ocasión de fotografiar a un águila real adiestrada y volando sin
pihuelas, tan solo con un radio transmisor que no se aprecia en la foto. Mi
intención era conseguir material de referencia para un cuadro que estoy
planificando y que, por cierto, no acaba de arrancar. Buscaba conseguir detalles
del plumaje, retratos de la cabeza, luces, detalles anatómicos… un poco de inspiración.
Uno no se
encuentra todos los días con una ocasión como la que se me presentaba y mi
intención era, además de conseguir material de referencia, divertirme todo lo
posible. Evidentemente, para un pajarero como yo, el hecho de fotografiar un
animal adiestrado hace que se pierda buena parte del encanto pero la experiencia
me ha enseñado que cuando menos se espera surge una buena ocasión.
En este caso, no saltó una liebre pero, en un momento dado, el
águila se puso a volar sobre un profundo y oscuro valle y en ese momento todo
cambió. En décimas de segundo, en mi cerebro saltaron todas las alarmas fotográficas
y se puso en marcha esa "maquinaria mental" por la cual los sentidos
y los deseos se conjuran para hacerte prever una imagen y que hace que saltes
como un resorte.
Viendo lo que iba a pasar, o mejor dicho, deseando que ocurriera,
me coloqué en posición adecuada deseando que “su majestad” se acercara a dónde
estábamos y que la ladera actuara como reflector natural para crear una luz de
relleno cálida en ese contraluz que se me venía encima. La umbría opuesta,
cubierta de vegetación mediterránea, proporcionaba un fondo oscuro para realzar
el perfil iluminado del águila y el dramatismo de la escena y, simplemente...
ocurrió. Justo cómo estaba imaginando y deseando. Un eterno segundo de luz y
color que pude capturar en un puñado de fotogramas.
Hace unos 20 años, cerca de Alcalá de los Gazules, viví una escena
calcada a ésta aunque el protagonista era un azor salvaje que portaba una
torcaz que acababa de capturar. Recuerdo como apareció de repente, ignorante de
mi presencia, contra un fondo oscuro idéntico, una fantástica luz reflejada y
un azor que pasó a tiro de piedra... solo me faltó la cámara, y la
destreza/suerte para haber podido capturar con ella la escena.
El otro día
me faltó el lado salvaje del águila pero tuve la cámara, tuve la suerte de
capturar las imágenes y tuve la suerte de compartir el momento con un buen
amigo :-)