Nikon V1, FT-1, AFS Nikkor 500VR, trípode, wimberly head, exposición manual
Se dice pronto pero es mucho tiempo para estar metido en un escondite y esperando a que la especie que aguardas haga acto de presencia. 28 horas es el tiempo que este fin de semana he pasado metido en un pequeño espacio de apenas un metro cuadrado acompañado por unas botellas de agua, un libro, algunas latas de atún y muchas expectativas puestas en las fotografías que pensaba hacer. He dormido en una silla plegable -marca Decathlon, como no-, vegetado en en las calurosas horas centrales de un día de julio, realizado pequeños estiramientos para evitar que los músculos se quedaran más agarrotados de la cuenta y solventado mis necesidades fisiológicas en una botella vacía, de boca ancha (en fotografía de naturaleza también hay que vaciar la vejiga), esperando con una cámara a modo de ramo de flores. Me acompañaban en "la faena" tres cámaras -vaya que alguna fallara en el momento más insospechado-, varios objetivos, baterías de repuesto como para asegurarme que no iba a perder fotos por falta de energía y tarjetas de memoria... bueno, casi me da vergüenza reconocer cuantos "gigas" llevaba prestados.
"Pero ella no apareció", así podría titular a esta sesión fotográfica porque al final tan solo volví a casa con media docena de fotos de torcaz. Con una luz magnífica pero, por supuesto, nada de lo que había fantaseado. Me sobraron tarjetas, baterías, agua, atún y ganas, sobre todo muchas ganas, tantas que aún me quedan.
¿Merece la pena? Bueno, depende de cómo se mire y de la motivación que cada uno tenga pero lo que tengo meridianamente claro, y eso que yo no soy persona de hides y que más de una vez me han llamado "culillo de mal asiento", es que volvería a repetir la experiencia mañana mismo... bueno, mañana no, pero tal vez pasado, cuando mis articulaciones se hallan recuperado un poco.
28 horas se pasan en un abrir y cerrar de ojos cuando todos tus sentidos están pendientes de captar el más mínimo indicio de la llegada del animal que esperas. Se reducen a un suspiro cuando observas la espléndida luz que invade el posadero y ajustas los parámetros de la cámara para no perder el momento.
Es un tiempo que da incluso para olvidarse de la prima de riesgo, de los recortes y de todas esas cosas, tantas, que diariamente quisiéramos borrar de la mente. Tiempo para releer un magnífico libro que, en mi caso fue "The birds of heaven" de Peter Mathiessen, o para esbozar mentalmente el boceto de la próxima pintura que vas a abordar cuando comienzas a asumir que la foto deseada no va a llegar. Porque, eso sí, la foto no la conseguí pero tengo tan clara la idea de lo que quería que voy a coger los pinceles y acrílicos para intentar plasmarla.
Nikon V1, 1-Nikkor 10-30, exposición manual
No tengo nada contra las torcaces, por supuesto, y el hecho de que no consiguiera fotografiar a la especie que motivó tal retiro espiritual (no se me ocurre un mejor modo de denominar esta experiencia) no significa que no me gusten estas imágenes porque, de hecho, me gustan muchísimo y es que esa luz tan especial mistifica a cualquier cosa que osara posarse en la rama seca y retorcida de aquella encina.
Esta vez ella no a aparecido pero estoy seguro de que en la próxima ocasión no me dejará plantado :-)