miércoles, 7 de abril de 2010

Cigüeña marina

Nikon D300, AFS Nikkor 500VR + 1,4XTC, a pulso, ISO640, f7, 1/1000, exposición manual

El sol apenas acaba de salir pero agradezco que la tibieza de sus rayos en la espalda mitigue el frío intenso del aire que asciende por el acantilado y que me cala los huesos. A un par de metros de distancia de mis pies, el suelo se precipita vertiginosamente hacia el mar, en una caída vertical de unos cien metros. Tal vez exagere y el tremendo vértigo que siento añada una decena de metros más a mi cálculo. Da igual. Si tan sólo fueran diez metros ya me flaquearían las piernas. Ese hormigueo que siento por las alturas se convierte en mareante sensación de miedo cuando miro a través del visor de la cámara. No me gustan las alturas, a pesar de la luna llena que ha iluminado el mar hasta hace apenas unos minutos.

El océano está bravo esta mañana y las olas se estrellan contra las rocas de abajo, estallando en preciosas filigranas de agua blanca que contrastan contra el oscuro azul marino. La base del talud aún está oscura por las sombras de la noche que se resisten a morir pero algunas de las aves que vuelan a mis pies ya reciben la dulce luz del amanecer. Dorado sobre marino, luces sobre azul.

Espero a una cigüeña blanca marina. A que pase planeando silenciosamente sobre el estruendo del atlántico. Toda una rareza a la que mis ojos mediterráneos no están aun acostumbrados. No puedo dejar de mirar una y otra vez los nidos que coronan los telúricos farallones de roca, allá abajo, sobre un fondo de rugiente espuma. Algunos también comienzan a recibir las caricias del sol y las plumas blancas de las aves que incuban relucen de una forma que me emociona. Huelo el mar y percibo la espuma que, a pesar de la altura, sube arrastrada por la fuerza del viento para mezclarse con el olor de las jaras pringosas.

Es Jueves Santo pero mi pasión está muy alejada de los cirios y el incienso.

Abajo vuelan los primeros cormoranes moñudos que veo, gaviotas patiamarillas y algunas cigüeñas que me recuerdan a pterodáctilos con su esforzado batir de alas. La escena me parece antediluviana y de una fuerza sobrecogedora. Me recuerda una secuencia de la película “Avatar” que me emocionó especialmente. Esa en la que aparece una colonia de “dragones” alados en un fantástico acantilado flotante del planeta Pandora.

Intento cazar a los moñudos con la cámara pero están demasiado lejos, demasiado oscuros para que pueda fotografiarlos. Se oye una pareja de cernícalos que se despiertan en las rocas, tan solo a una decena de metros pero no los miro porque una cigüeña maniobra a media altura entre los nidos. He visualizado la escena que quiero captar durante toda la noche. La sigo con la cámara poniendo toda mi habilidad en mantenerla enfocada. Está en sombra pero deseo tanto que el sol la ilumine que no puedo dejar de seguirla. Sé que ocurrirá ya que en el pico lleva material para el nido y casi todos ya empiezan a recibir luz. Pulso el botón de enfoque con el pulgar cada dos o tres segundos para optimizar el funcionamiento del autofoco pero no disparo hasta que recibe un rayo de luz. Verifico la exposición en un suspiro y corrijo sobre la marcha para sobreexponer aún más. Tengo que cambiar la velocidad de obturación constantemente, cada vez que el ave se sumerge en la oscuridad, cada vez que se baña de luz, mantener el punto de enfoque en su cuerpo, vigilar la composición todo lo que es posible, desear que se acerque algo más, un poco más. “Mírame bonita. Enséñame las alas. Mírame!”

No me acostumbro a ver la cigüeña lejos de los campanarios, en los dominios de Neptuno, no me canso de ver tanta belleza. Me concentro en el momento para olvidar que el aire sopla con fuerza y que me duelen los brazos de sujetar el pesado teleobjetivo. La cámara y yo somos uno. Las piernas me tiemblan por el vértigo, el corazón late de emoción, la piel se me pone de gallina… de cigüeña.

El ave maniobra constantemente, estudiando la trayectoria seguir para vencer las rachas de aire, esquivar las olas y llegar al nido. Entonces encuentra un lugar por el que pasar entre el laberinto de rachas de viento e inicia un vertiginoso ascenso para acercarse a la luz. Comienza a cerrar las alas para controlar el viento y la diferencia de presión hace que las plumas de su dorso se ricen repentinamente, a modo de olas. Descuelga las patas para recuperar el equilibrio robado por una racha de viento. La cola se mueve como los “flaps” de un 747 y el sol la alcanza de lleno. El rojo de la piel reluce. “Diossss, que bonita es!” pienso mientras aprieto el obturador. Los fotogramas caen uno tras otro mientras sigo la escena. Demasiado sol tal vez, mejor corregir la apertura a medida que se acerca. Tres fotogramas y volver a pulsar el botón de enfoque. Otros tres más, y otros… disfrutar del momento. Unos pocos segundos se hacen eternos a lomos de la adrenalina, el viento y la sal y yo también me siento cigüeña.

La cigüeña ya está en el nido ejecutando la ceremonia de saludo con su pareja, bañados por el sol. “Buenos días”, o lo que quiera que digan las cigüeñas para saludarse. Crotoreo y cuellos estirados contra la espalda.

El mar sigue furioso cuando la pareja ejecuta su ritual, mientras yo reviso las fotografías en la pantalla pero no me importa. Ya no tengo frío, ni vértigo, ni cansancio, sólo la piel de cigüeña. Vuelvo a tener el vello de los brazos erizado por lo que veo en la pantalla.

La tengo.


10 comentarios:

Ars Natura dijo...

Muy bien relatado este intenso encuentro con la cigüeña en terrenos un tanto extraños para esta especie. Y es que hay que saber disfrutar con todas las especies de aves no sólo con las que se tienen en la lista aún sin tachar, como mucho hacen.

Un saludo.

Pep Fernàndez dijo...

Hola Juan!! Vaya que bueno el relato!! me has tenido enganchado a el hasta la última palabra,la foto muy guapa esa luz conese fondo marino,pero el relato es realmente bueno.No solo has hecho una buena foto si no que la has acompañado con un relato apasionante.Lo que yo te digo siempre,eres un artista!! Ole juan!!Enhorabuena por el encuentro y por la narración.Un saludo desde el delta!!!

Juan Aragonés dijo...

Muchas gracias a los dos por los comentarios. La verdad es que la foto que inspira el relato no es exáctamente la que he subido, aunque pertenece a la misma cigüeña y a la misma serie, yáún no he decidido si la subiré o la reservaré para algún concurso-publicación. De todas formas, en los próximos días voy a daros la paliza con estas cigüeñas je, je

Silvia Pato dijo...

Qué bello relato! Qué joya has logrado! Enhorabuena.
Un saludo

Rubén Rodríguez Olivares dijo...

Precioso relato Juan, tanto como la foto que has colgado. Ver a la cigüeña con ese fondo no es algo habitual y le da un toque de originalidad.
No te pongas enfermo por ver las fotos de Senci y las mías, que cuando quieras quedamos los tres para salir a la marisma, y así te conozco en persona.
Un saludo

Juan Aragonés dijo...

Julia y Rubén muchas gracias por vuestros comentarios :-)

Rubén cuenta con ello, en cuanto pueda me escapo para allá, ya os aviso.

Por cierto, mándame un mail que no tengo tu correo

:-)

Juanma Hernández dijo...

Hola Juan. Muy buena entrada, me ha encantado el relato de la experiencia, tanto como las imágenes, debe de ser un lugar precioso. Un abrazo

Laura Herrera dijo...

Hola Juan, buenísimas fotos! Admiro tu trabajo, te sigo desde hoy, un abrazo desde Cadiz.

Juan Aragonés dijo...

Juanma y Laura muchas gracias por vuestros comentarios :-)

kaoskaos dijo...

Me encantó tu relato, desde ahora disfrutaré mas observando a las aves, cerca de casa tengo Las Marismas del rió Palmones, suelo ir hasta allí para ver los flamencos antes de que se vayan a Marruecos, pero ahora iré a observar otras aves. Estas invitado a casa si vienes por aquí. Un saludo.