viernes, 28 de enero de 2011

Cucharas: luces y vuelos

Los cucharas este año se han portado muy bien y en un par de días que les dediqué me regalaron un montón de oportunidades fotográficas además con condiciones de luz y ambientales muy diferentes lo que ha añadido interés a las 2-3 visitas que les he hecho. La última entrada que publiqué sobre los cucharas estaba dominada por la presencia de condiciones de luz adversas y lluvia intensa, algo que fue bastante divertido y gratificante para fotografiar porque yo no soy muy purista y cada vez me gusta más fotografiar a las aves en su vida cotidiana y no solo cuando la luz es espléndida. Vamos, que cada vez me importa menos el ruido digital, la ISO alta y la definición absoluta, al menos, cuando las condiciones ambientales no dejan otra alternativa.
Si bien la mañana fue agradable sólo para las ranas, por la tarde la lluvia dio una tregua y un tímido sol se dejó ver entre las nubes lo que nos permitió disfrutar de una luz buena y muy cambiante durante un par de horas. Resultado de esa tarde son los vuelos que acompañan esta entrada. He seleccionado imágenes con tres tipos de luz muy diferente:

Luz contrastada lateral y baja: Poco antes de la puesta de sol la luz era más saturada e intensa pero disminuía rápidamente. Los patos que llegaban a la laguna para dormir usaban una trayectoria en la que la luz era lateral y la luz disminuía muy rápidamente así que usé el objetivo sin teleconvertidor y con ISO alta (800-1000).


Luz en contra: En estos contraluces sobreexpuse bastante para crear imágenes en clave alta. En photoshop se ha realzado el contraste y la saturación. Poco más.

Luz suave a favor: El sol muy tamizado por las nubes crea una luz muy suave, muy poco contrastada, que me gusta mucho. En estas imágenes subí un poquito la temperatura de color para corregir los tonos fríos de esta luz.



Como siempre, vuestros comentarios, críticas y preguntas son bienvenidas :-)

lunes, 24 de enero de 2011

La máscara “Upé”

Réplica de una máscara "Upé" de la tribú Tapirapé

Fue en el otoño de 1997 cuando descubrí realmente el arte amazónico. En realidad, ésta es una forma muy limitada de definir a un conjunto de manifestaciones culturales materiales, basadas en el uso de elementos naturales (madera, hueso, conchas, élitros de insectos, semillas, dientes, escamas, hojas, fibras vegetales y plumas) y producidas por cualquiera de la multitud de etnias que pueblan la cuenca del río amazonas. Materializaciones de una cosmología tribal y una cultura inmaterial tan diversa y rica en matices como se pueda esperar del entorno neotropical que las arropa. La cuenca amazónica y sus aledaños no solo albergan una descomunal variedad de formas de vida, hábitats y relaciones ecológicas, sino también la
que con seguridad es la mayor diversidad de grupos étnicos del planeta, con sus respectivos lenguajes, conocimientos tradicionales y mitologías. Un tesoro del que a veces no nos acordamos, deslumbrados por la fauna y la flora tropical, y que también se extingue.
Tampoco es que en aquel año se abrieran para mí las puertas del conocimiento sobre este asunto. Llovía sobre mojado y, tal vez, sea más apropiado hablar de redescubrimiento. Por aquel entonces ya había leído algunos textos al respecto y en mi memoria quedaba el recuerdo de algunos objetos vistos en exposiciones sobre amazonia y las experiencias de una breve estancia en “El Oriente” ecuatoriano durante 1995, en pleno territorio Huaorani.
Una calle en Cuzco, 1997. Diapositiva, escaneada
Una habitación en una modesta pensión aledaña a la Plaza de Armas de Cuzco en una noche fría y lluviosa no parece el lugar más adecuado para este tipo de redescubrimientos pero, así fue la cosa. Había pasado una larga estancia en el asfixiante clima de Iquitos, gracias a una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional, a orillas del río de los ríos, empapado de vivencias selváticas, aves, leyendas, mitos, antropología e historias sobre la ayahuasca y los pobladores del bosque. Flaco como el espíritu de un galgo, decidí pasar mi última semana en Perú recorriendo la mítica ciudad de Macchu Picchu y el entorno de Cuzco, el ombligo del mundo. La debilidad física asociada a mi delgadez, debida a dos meses de asistencia al comedor que los universitarios de Iquitos denominaban “La muerte lenta”, y el “soroche” se aliaron para provocarme un estado de debilidad notable. El “soroche” –o mal de altura- es consecuencia directa del brusco cambio de altitud que supuso pasar del nivel del mar a los 3.400 msnm de la antigua capital incaica en tan solo unas horas.
Pico andino desde las ruinas de Ollantaytambo
Había pasado el día visitando las impresionantes ruinas de Ollantaytambo y al volver a mi alojamiento, caminando entre las empedradas calles de la ciudad, rezumantes de agua y de historia, me refugié en una enorme casa de vecinos para eludir la sempiterna lluvia que calaba mis huesos. Una sopa caliente y un mate de coca eran mis objetivos más próximos pero en ninguna de las estancias que rodeaban el patio central de aquel caserón había ningún lugar para comer tan solo una pequeña tienda de “souvenirs para gringos”.
Recuerdo aquella tienducha repleta de imitaciones de cerámica inca, fetos de llama y toda la parafernalia de turistas que inundaba ese tipo de locales, incluido el dulzón olor a resina quemada que perfumaba el aire, como un lugar cálido y acogedor frente al gélido chaparrón que azotaba las oscuras calles. También recuerdo que no tenía los clásicos cuadros de mariposas e insectos o la sempiterna piraña/tarántula disecada. La ausencia de tan patéticos elementos hizo que la tiendecita ganara varios puntos en mi escala de valores. Entre el maremágnum de objetos que amenazaban con hundir las desvencijadas vitrinas algo llamó mi atención. Un libro en un estante, rodeado de objetos procedentes del oriente peruano (flechas, cerbatanas, collares de semillas, maracas, mazas de guerra y figuras de madera) alegremente iluminado por un foco de luz halógena que lo hacía destacar en la penumbra de la tienda.
Portada de mi ejemplar de “Arts of the Amazon”, 13 años más tarde
No fue el título del libro -Arts of the Amazon- lo que atrajo mi atención inicialmente sino la electrizante mirada que lucía el objeto de la portada. Al principio no conseguí identificar claramente de qué se trataba. Un diseño en forma de cruz escarlata sobre fondo amarillo. Unas hipnóticas aberturas a modo de ojos y otra más, orlada de dientes, a modo de grotesca boca. Una máscara que vagamente recordaba un rostro humano, tremendamente simple en su concepción pero llamativamente vanguardista en su diseño. Cuando me di cuenta de que estaba fabricada con plumas de guacamayos fue como si mi aletargado espíritu ornitológico saltara como un resorte desde la médula de mis ateridos y calados huesos. Las aves me pierden pero más aún me pierden sus plumas. En cinco segundos había identificado la identidad de cuatro especies de psitácidas cuyas rectrices, secundarias y cobertoras habían sido empleadas para la elaboración de tan singular objeto.
-Treinta dólares- dijo la muchacha de rasgos andinos que atendía el local. Treinta. Mucho dinero para gastar en un libro. Más aún considerando mi exiguo presupuesto de estudiante que sólo me permitía alojarme en una habitación que costaba cuatro dólares la noche pero… ¡qué libro! Lo ojeé detenidamente, disfrutando de las imágenes que mostraban exóticos objetos fabricados con plumas de colores, grotescas máscaras corporales, orejeras, narigueras, brazaletes, pectorales, collares, armas de madera así como cestería y cerámica. Diseños geométricos y sencillos en la mayoría de los casos pero tremendamente impactantes.
Cuando la muchacha lo puso en mis manos ya tenía decidido comprarlo. Me quedaban tan solo unos días para volver a España y podría apretarme el cinturón un poquito más, aunque para ello tuviera que hacer un nuevo agujerito en el cuero de la correa.
Pasé una buena parte de aquella noche en la pensión, semienterrado por cuatro o cinco mantas y escuchando la incesante lluvia golpear el tragaluz en el techo, leyendo aquel libro, iluminado por mi frontal PETZL, comenzando a descubrir las historias que se escondían tras los “krokoti” de los Kayapó, los ”ahetó” de los Karajá, los “myhara” de los Rikbatsá , las flautas máscara "Orok" de los Wayana-Aparai y otros objetos plumarios de las tribus Urubú-Kaapor, Wayana Aparai, Waurá, Assuriní, Kalapalo, Tukano o Shuar.
Eran los Tapirapé, una tribu de las pampas brasileñas, los que habían fabricado la máscara “Upé” de la portada del libro, con madera, dientes, nácar de moluscos fluviales, fibra de palmera, algodón y plumas de Ara arauna, Ara chloroptera, Ara macao y Amazona amazonica. Leí sobre el significado de la máscara para aquellas gentes, sobre el origen de las tensas relaciones con sus vecinos los Kayapó y sobre los vínculos con los cazadores de cabezas Tupinambá, grupo étnico hoy extinto y que trajo de cabeza a los potugueses por su extrema belicosidad y fama de antropófagos.
Cuando apagué la luz de mi frontal no soñé con el viaje a Macchu Picchu que iba a emprender a la mañana siguiente. Morfeo me llevó a las tierras bajas y húmedas de Brasil, a las pampas habitadas por los Tapirapé, las personas que fabricaban las máscaras “Upé” y a la larga lista de referencias bibliográficas que acompañaban al libro. Referencias a obras que se remontaban al los siglos XVI y XVII, ensayos escolares de profesores americanos que podrían ser primos de Indiana Jones, tradiciones textiles preincaicas conservadas gracias a la extrema aridez de los cementerios de costa peruana, terroríficas deidades desaparecidas mucho antes de la llegada de los Españoles a América. Sí, esa noche soñé mucho.
El impacto visual que aquella máscara de plumas me provocó desataría en mí una pasión desmedida por el arte, las creencias, los conocimientos y la historia de los Tueblos amazónicos. Desde entonces no he podido dejar de fantasear con la cantidad de piezas, realizadas con materiales altamente perecederos, que no han dejado registro material y que han desaparecido a lo largo del tiempo, al igual que las creencias, rituales y culturas asociadas a la personas que los construyeron.
Al día siguiente, sentado en un altar de piedra inca en la fabulosa ciudadela de Macchu Picchu, mientras me llenaba del exotismo, la belleza y la magia del lugar, me propuse investigar sobre las máscaras "Upé" y aprender todo lo que fuera posible sobre la cultura de las personas que la hicieron.
Macchu-Picchu, 1997
En el proceso aprendí mucho a base de leer artículos en inglés, francés , italiano y portugués (mis ojos también se pasearon por algún artículo en alemán pero, como hacía de pequeño, tan solo para ver los dibujos) y buscar libros sobre la materia, algunos extremadamente raros, por medio mundo (internet, bendita internet!).
Aquella tienducha de recuerdos en medio de los Andes se convirtió en mi particular “ombligo del mundo”, al menos en lo que a antropología y arte amazónico se refiere.
Descubrí a Charles Wagley, a Claude Levi Strauss, a Fawcett, a Helmut Sick, a los Chimú, al comercio preincaico de plumas neotropicales con los pueblos de Nuevo México, las tradiciones plumarias de los antiguos habitantes de Hawaii, la etnobotánica y sus vínculos con la industria farmacéutica, el proyecto Aprendiz de Chamán y toda una serie de personajes e historias que, a día de hoy, continúan pareciéndome fascinantes.
(continuará)

domingo, 23 de enero de 2011

El universo en una fuente


Dice mi amigo Rubén que estoy un pelín fanatizado con el agua de la fuentecita y tiene bastante razón pero es que una de las cosas que más me motiva en esto de crear imágenes es descubrir algo nuevo en cada fotograma. La fuente del parque ha sido todo un descubrimiento y eso que llevo viéndola varios años y hasta hace tres días no se me ocurrió fotografiarla. Es increible la variedad de formas, texturas y color tan diferentes que pueden surgir de un poco de agua cayendo desde 4 metros de altura. Estos días estoy descubriendo galaxias, supernovas, cúmulos de estrellas y nebulosas escondidas en unos litros de agua, fragmentos siderales de una realidad líquida detenida en el tiempo.

A pesar de usar velocidades de obturación altísimas, 1/4000s a 1/8000s, y disparar ráfagas en las que cada secuencia está separada de la siguiente por un lapso de 1/8 de segundo, cada fotograma es diferente al siguiente. El viernes volví a llevar la cámara pero, en esta ocasión, usé un AFS Nikkor 70-300VR f3,5-5-6. es un objetivo mucho más lento y de peor calidad que el AFS Nikkor 24-120 VR f4 pero quería captar detalles más cercanos. Eso sí, con este objetivo no me permití pasar de 200mm para no perder definición. La tarde era muy luminosa, con sol intenso aunque a veces las nubes lo tapaban, y cuando el sol comenzó a bajar en el cielo los colores comenzaron a desbordarse. La luz es natural, aunque parezca que unas bombillas incandescentes estuvieran metidas en el agua.
Algunas de las imágenes se han rotado a horizontal y en otras configuré la cámara a una temperatura de color de 10.000k para realzar, más aún, la calidez de la luz. También he probado a pasar alguna a B&N.

Como siempre, vuestros comentarios, críticas y preguntas son bienvenidas.

miércoles, 19 de enero de 2011

Rareza no es sinónimo de timidez






Nikon D300, AFS Nikkor 500VR, formato completo (todas excepto la que tiene el pico abierto), exposición manual, a pulso y sin hide.


Muchas veces asociamos, automáticamente, el concepto de especie amenazada con especie desconfiada o tímida y si bien en muchos casos es así, siempre hay excepciones a toda regla. La focha moruna (Fulica cristata) es una especie con una población muy pequeña en Andalucía y está catalogada como “En peligro de extinción” y es fácil pensar que pueda tratarse de un ave muy tímida y esquiva. Se pueden contar con los dedos de la mano los lugares en los que he visto a esta especie a lo largo de mi vida. Concretamente ha sido en tres lugares distintos aunque, eso sí, las he observado en repetidas ocasiones. Curiosamente, en todas mis observaciones de esta especie, las aves se mostraron tremendamente confiadas, muchísimo más tolerantes que las fochas comunes y que otras especies con las que compartía espacio. Cierto es que algunos de los ejemplares que he visto de esta especie proceden de liberaciones de aves nacidas en cautividad pero las demás son aves genuinamente salvajes. Incluso las he llegado a ver en dos puntos tan alejados como Huelva y Almería alimentando a los pollos a apenas 4 m de la orilla, indiferentes a los observadores de aves que las contemplaban. Hablando con otros ornitólogos he encontrado que no soy el único que ha percibido esa mayor tolerancia de la especie a la presencia humana. Sea como sea, estoy cada vez más convencido que esta especie es mucho más desvergonzada que la focha común y, tal vez en eso radique parte de su problema de conservación.

domingo, 16 de enero de 2011

Agua (alta velocidad) 2



Una de las cosas que más me ha sorprendido de fotografiar estas secuencias ha sido la textura cuasi metálica que adquiere el movimiento del agua a altísima velocidad de obturación. Más que líquido, en algunas imágenes, parece que se tratara de algún tipo de fibra metálica o incluso papel de celofán. Ni que decir tiene que volveré a explorar esta fuente de luz y texturas aunque tengo que intentarlo con mayor distancia focal y también con una luz de mayor intensidad.
Al igual que en la anterior entrada, todas las imágenes son con luz natural, ISO800 a ISO2500 y realizadas con el AFS Nikkor 24-120 VR f4

sábado, 15 de enero de 2011

Agua (alta velocidad) 1



(Nota: Todas las imágenes que acompañan a estta entrada están realizadas con luz natural, encuadres completos o casi completos, en un parque urbano y son detalles del agua de una fuente pública. Algunas fotos han sido giradas 90º)

Estos días estoy probando uno de los nuevos Nikkor 24-120 f4 VR y la verdad es que estoy realmente satisfecho del excelente comportamiento que tiene este objetivo. El domingo pasado la luz no era muy buena en Córdoba. Las nubes cubrían el cielo dejando algunos tímidos claros que filtraban tímidos rayos de sol. Mi intención era fotografiar en el parque a mis hijos patinando así que llevaba la D300 y el 24-120 pero decidí probar a fotografiar el agua de las fuentes en movimiento y... me quedé enganchado con las texturas que el agua en movimiento produce cuando se fotografía a alta velocidad.

Al final, la tarde gris me regaló más de 8Gb de inesp
eradas imágenes de agua aunque todas a unas ISO indecentemente altas. A pesar de usar en algunos momentos ISO2500 quedé bastante sorprendido por la calidad del sensor de la D300. Imágenes bastante limpias incluso en los casos de subexposición. Las imágenes que acompañan esta entrada son algunas de las que tomé y están todas realizadas a ISO800 e ISO1000, f4 y a velocidades de obturación de 1/2500s y 1/8000s.
Uf, jamás había usado semejantes velocidades de obturación y unas ISO tan altas. Desde un punto de vista estético estoy muy contento con los re
sultados, la suavidad de la luz y el color pero, sobre todo, con las asombrosas texturas y formas del líquido elemento. Detalles que el ojo humano, a simple vista no puede captar.

lunes, 10 de enero de 2011

Lluvia, ruido digital, subexposición y… ¡esto es lo que hay!

Me preocupo mucho por la calidad de las imágenes que hago y por el procesado que les aplico para conseguir estrujar hasta la última partícula de calidad que pueda haber en una imagen. Como yo, hay muchos que hacen lo mismo e incluso hay gente que lleva tal preocupación al extremo. Tanto es así que sólo fotografían cuando la luz es tan buena que la calidad de las imágenes está libre de toda mácula. Calidad, entiéndase, desde un punto de vista fotográfico puro y duro (ausencia de ruido digital, desenfoque o movimiento, definición impecable, ángulo de luz ideal, fondos con tal o cual característica, etc, etc). Si un extraterrestre viera el portafolio fotográfico de bastantes fotógrafos se llevaría una idea muy equivocada de la naturaleza de este terruño que tenemos por planeta ya que no siempre luce el sol, ni siempre la luz es suave y saturada, ni la climatología acompaña. Pero no se puede olvidar que la calidad de una imagen no se mide simplemente por la ausencia de ruido, saturación y todas esas cosas, sino que también entran en juego otros aspectos. El otro día, junto con otros tres amigos chiflados, nos fuimos a casi 300 km de distancia para pajarear y fotografiar aves. Un tiempo de perros anunciaban todas las fuentes: 100% de probabilidad de lluvia intensa, tormentas y cielos grises todo el día. Y por mucho que mirara y mirara en internet, las previsiones no cambiaban. Así que allá que nos fuimos, cargados de mantecados, bocadillos de jamón y Almax, contra viento y marea ya que nos había costado casi seis meses cuadrar las fechas para poder reunirnos los cuatro. Después de tres horas en el coche, bajo una lluvia de narices, estábamos llegando al destino sin parar de decir “Mira, parece que está parando la lluvia”, “Me ha parecido ver un claro entre las nubes”, “¿Es aquello un rayo de sol?” y cosas por el estilo. Pero nada, lluvia por un tubo. Los patos cuchara estaban dónde debían estar, ajenos a la lluvia, los relámpagos y los truenos de una tormenta de libro. Como peces en el agua. Nosotros refugiados en el observatorio de madera, a resguardo de la lluvia, veíamos caer la cortina de agua y los cucharas yendo y viniendo y yo, por supuesto, haciendo fotos. !No me voy a plantar a 300 km para nada!

En algunos momentos la cortina de agua era realmente intensa y las aves ni siquiera se atrevían a volar lo que permitió usar velocidades de exposición un poco más lentas de lo que habitualmente uso y así poder captar la sensación de lluvia que se aprecia en la parte superior del fotograma. Una velocidad demasiado lenta hubiera incrementado esta sensación pero hubiera afectado a la definición de las salpicaduras. Encuadre original.

Las condiciones de luz eran realmente pésimas, mucha oscuridad, poco contraste y colores desaturados por lo que hacer fotos pasaba por configurar el equipo al límite de las posibilidades técnicas o más allá de éstas. Fuera teleconvertidor, máxima apertura e ISO por las nubes (entre 1000 y 1250). A pesar de todo, no había luz suficiente. Por supuesto, había que olvidarse de sobreexponer… y de exponer correctamente también. Tocaba subexponer más de un punto lo que significa que habría que procesar mucho, que las imágenes perderían mucha definición y que iban a estar adornadas con mucho, mucho, ruido.

Cuando la intensidad de la lluvia aflojaba algunos patos se animaban a volar pero, a pesar de que la luminosidad efectiva aumentaba un poco, la necesidad de una velocidad de obturación muy alta obligaba a usar ISO muy alta con la consiguiente subexposición y generación de ruido. En esta imagen se ha mantenido la falta de contraste original para respetar la atmósfera y el ambiente reinante en la escena. Me llamó la atención descubrir que en muchos fotogramas los machos aparecen con las plumas de la espalda erizadas pero no las hembras algo que nunca antes había podido percibir. Reencuadrada a 8Mp.

“¡Esto es lo que hay!” Las opciones eran sencillas, no hacer fotos impolutas o hacer fotos de poca calidad pero de tremendo potencial gráfico y documental. Y es que en el campo, a veces, llueve y caen chuzos de punta y el cielo está negro como el sobaco de un grillo y si quieres retratar la vida de los animales (no solo los momentos más idílicos de su existencia) hay que asumir que para hacerlo tienes que vivir con el ruido digital, la subexposición y todas esas cosas.

En algunos momentos la tremenda fuerza de la lluvia no impedía la llegada de patos. Para congelar su aterrizaje se usó un ISO muy alto y en este caso se ha respetado el ruido original ya que un procesado intenso hubiera afectado mucho a las gotas de lluvia, creando un efecto irreal. Reencuadrada a 7Mp.

La vida de los patos está llena de días como éste y me apetecía plasmarlo en imágenes. Aves volando en medio de la cortina de agua, alimentándose o descansando. El miedo a los relámpagos y a los truenos, la luz del sol que viene después de la tormenta y todas esas cosas. Aaaay, cómo me hubiera gustado tener a mano una D3s.

Dos momentos de una misma escena. En el primero, un relámpago pone en alerta a la pareja de cucharas que levanta el vuelo cuando el tremendo retumbar del trueno hace que hasta el observatorio de madera se estremezca. Reencuadradas a 10,5Mp aproximadamente.

En algunos momentos la luz mejoró un poco permitiendo imágenes más saturadas y contrastadas aunque sin posibilidades de bajar de ISO altas. La impermeabilización de las plumas de las anátidas es tan eficaz que incluso en vuelo se pueden apreciar las gotas de agua sobre la cabeza de este macho adulto. Reencuadrades de 6 y 10Mp respectivamente.

Por cierto, la tarde mejoró y al final el sol nos premió con algo de luz, espléndida, dorada y más radiante que nunca y cayeron buenas fotos pero eso vendrá en otra entrada ;-)

En lo que al procesado se refiere, los RAW subexpuestos se parecen poco a la luz que en algunos momentos había. No todo fue gris y sin contraste. En algunas ocasiones había saturación de color y, por supuesto, mucha más calidez en la temperatura del color de lo que apuntan los RAW. En el procesado quería ser fiel a la luz que había y para ello tomé, a lo largo de toda la mañana, varias fotos sobreexpuestas que me sirvieran de referencia a la hora de procesar.

domingo, 2 de enero de 2011

Acción, encuadres y teleconvertidores

Nikon D300, AFS Nikkor 500VR + 1,7X-TC, 1/3200s, f6,5, exposición manual, encuadre completo, trípode y wimberly head casi a ras de suelo. sin hide.

La fotografía de acción requiere grandes dosis de concentración y anticipación al momento lo que, al menos para mí, la hace particularmente atractiva, divertida y gratificante. Por lo general, para fotografía de acción de aves siempre intento dejar bastante margen para corregir con un recorte ya que cualquier previsión que se haga sobre la cantidad de espacio que hay que dejar alrededor del sujeto se ve drásticamente alterada en milésimas de segundo por el batir de alas.


El otro día estuve fotografiando cucharas durante la mayor parte de la tarde bajo una luz magnífica e intensa que permitía forzar mucho los parámetros de disparo y la configuración de la cámara. Las aves estaban a una distancia tan buena que era posible disparar con el 500 a pelo, con el 1,4X-TC y con el 1,7X-TC ya que había muchos patos entre los que elegir.

Quería conseguir una buena imagen de acción, a formato completo, de un macho aleteando tras el baño, una secuencia de comportamiento fácilmente previsible ya que se pone de manifiesto por determinados indicios que muestra el ave justo antes de hacerla. Como muchas otras cosas en la vida de las aves, esta pauta la realizan contra el viento, y aquel día no tenía una dirección del viento paralela al sensor de la cámara por lo que en todas las fotos, los patos miran en dirección NNO. Hubiera preferido que miraran al N, al O ó al E pero la naturaleza no es un estudio fotográfico dónde se puedan controlar todos los factores.

También tenía en mente hacer alguna foto de despegue pero cuando levantaban el vuelo , lo hacían en la misma dirección. Con la configuración que había puesto en el equipo descartaba los aterrizajes ya que hubieran necesitado de unos ajustes radicalmente diferentes y encuadres bastante más abiertos. Como todos los patos de superficie, los cucharas despegan como un misil agua-aire, a base de pechuga, alas y patas y sin tomar impulso como los patos buceadores que corren por la superficie y necesitan mucha pista de despegue. Los dos tipos de patos aterrizan de igual forma, deslizándose por el agua y frenando el impulso en un espacio muy grande, de ahí que sea necesario un encuadre y configuración diferente. El concepto de enfoque también es radicalmente opuesto. En un despegue, el sujeto está inicialmente enfocado y cuando despega se puede salir de la zona de enfoque. Al aterrizar es justo al contrario, la posición inicial es desenfocada y una vez adquirido el enfoque es más fácil mantenerlo (por supuesto, siempre en el contexto en el que yo me encontraba con un ángulo de disparo muy bajo).

La verdad es que ese día quería probar muchas cosas porque la luz era buena y los patos abundantes, cercanos y confiados. Tenía especial interés en ver el comportamiento del 1,7X-TC para la acción con buena luz.

Al terminar la sesión, tenía varias secuencias de aleteo, zambullidas, cortejos y algunos despegues muy satisfactorios y bastantes conclusiones sobre lo que había probado. La principal de todas es que perdí bastantes fotos de acción por las limitaciones de mi equipo al intentar hacer encuadres completos y eso a pesar de que tengo la suerte de usar un material de altísima calidad. A pesar de las condiciones idóneas y usar un teleconvertidor muy potente, que se portó bastante mejor de lo esperado, la dificultad para encuadrar es extrema por lo imprevisible de la situación que varía en décimas de segundo. Para poner en contexto lo vertiginosos de la situación hay que considerar que el ser humano necesita casi un segundo en reaccionar tras un estímulo por lo que si disparamos cuando el ave despega habremos perdido de seis a ocho fotogramas y varios golpes de ala y el cuchara estará, casi con seguridad fuera del encuadre o de la zona de enfoque. En la imagen que acompaña a esta entrada, a pesar de comenzar a disparar cuando intuí que el ave iba a despegar solo conseguí meterlo entres fotogramas y tan solo en uno no salió cortado ni desenfocado.

En este caso, usar el 500 a pelo o un teleconvertidor a mayor distancia me hubiera permitido reducir los problemas de profundidad de campo y de alas cortadas ya que hubiera podido reencuadrar sobradamente. La calidad de la luz hubiera permitido hacer recortes indecentemente grandes como se puede ver en el retrato adjunto de una hembra de cuchara por lo que las pérdidas de calidad de imagen no eran un factor a tener en cuenta (con luz escasa es otra historia, por supuesto).

Unas veces, el formato completo es la mejor opción y otras el recorte es lo que nos da un buen resultado. Conseguí mi despegue de cuchara, acercándome mucho y con un teleconvertidor 1,7X-TC (que es un lastre para enfocar) pero perdí muchos más y, mañana, si vuelvo a los cucharas, la sesión será con recorte. Por supuesto descarto usar el 500 a pelo con un hide ya que aunque me acercara más a las aves para compensar la ausencia del teleconvertidor estaría muy limitado en ángulo de disparo y en maniobrabilidad para la acción.

Como siempre, vuestras preguntas, comentarios y críticas constructivas son bienvenidas.