lunes, 26 de abril de 2010
Tiempo de marisma
martes, 20 de abril de 2010
Roca, mar y cernícalo
lunes, 19 de abril de 2010
El "Proyectil Viviente"
Mis halcones infantiles, ya fueran de madera o pintados en un cuaderno escolar, siempre eran representados en picado. Me fascinaba eso de que un ave pudiera volar a 300 km/h y la estética de las alas puntiagudas pegadas al cuerpo. El diseño facial tan distintivo del “proyectil viviente” como lo llamaba Félix.
La verdad es que no he podido disfrutar mucho de estas aves ya que siempre las he visto muy de lejos pero hace unas semanas tuve la suerte de encontrarme con esta preciosidad, tan acostumbrada a la presencia humana que posó para mí durante una hora. Con toda la indiferencia del mundo, sin importarle la presencia de los paseantes, los ciclistas o los observadores de aves.
martes, 13 de abril de 2010
Artículos, novedades y líos varios
En febrero se publicó en el ezine de BPN (http://www.birdphotographers.net/) un artículo mío sobre fotografía de plumas o, mejor dicho, sobre un largo proyecto que tengo en mente desde hace… uf, no sé cuánto tiempo. Los que me conocen en persona saben cuánto me apasionan las plumas, su funcionalidad, diseño, evolución, coloración y papel comportamental… una vez incluso actué como perito forense en un juicio en el que tuve que evaluar unas plumas como evidencia de un delito contra la fauna, así en plan CSI… pero esa es otra historia.
Uno de los motivos principales de mi interés por las aves es precisamente la existencia de estas maravillas de la ingeniería natural. Desde hace años me he dedicado a recopilar información sobre plumas e historias sobre ellas y, cómo no, a fotografiarlas. Es un proyecto a largo plazo y que no tengo ninguna prisa por terminar ya que disfruto mucho con ello.
En junio también salen publicados, esta vez en quisco, dos artículos míos en Superfoto Naturaleza. Una revisión sobre una mochila Lowepro y un artículo sobre el uso de teleconvertidores en fotografía de naturaleza. De este último estoy preparando una versión digital más extensa que aparecerá aquí con posterioridad. También pronto, aunque no sé todavía cuando, saldrá una revisión sobre el Nikkor 70-300 VR en SuperFoto Práctica.
BPN es mi web favorita de fotografía de aves y desde hace más de un año tengo la suerte de ser parte del equipo de moderadores, todo una satisfacción para mí aunque últimamente tengo muy abandonada a mi querida BPN por falta de tiempo… vaya, volvemos al punto de partida de este post, lo cual me recuerda que tengo trabajo sobre la mesa ;-)
miércoles, 7 de abril de 2010
Cigüeña marina
El sol apenas acaba de salir pero agradezco que la tibieza de sus rayos en la espalda mitigue el frío intenso del aire que asciende por el acantilado y que me cala los huesos. A un par de metros de distancia de mis pies, el suelo se precipita vertiginosamente hacia el mar, en una caída vertical de unos cien metros. Tal vez exagere y el tremendo vértigo que siento añada una decena de metros más a mi cálculo. Da igual. Si tan sólo fueran diez metros ya me flaquearían las piernas. Ese hormigueo que siento por las alturas se convierte en mareante sensación de miedo cuando miro a través del visor de la cámara. No me gustan las alturas, a pesar de la luna llena que ha iluminado el mar hasta hace apenas unos minutos.
El océano está bravo esta mañana y las olas se estrellan contra las rocas de abajo, estallando en preciosas filigranas de agua blanca que contrastan contra el oscuro azul marino. La base del talud aún está oscura por las sombras de la noche que se resisten a morir pero algunas de las aves que vuelan a mis pies ya reciben la dulce luz del amanecer. Dorado sobre marino, luces sobre azul.
Espero a una cigüeña blanca marina. A que pase planeando silenciosamente sobre el estruendo del atlántico. Toda una rareza a la que mis ojos mediterráneos no están aun acostumbrados. No puedo dejar de mirar una y otra vez los nidos que coronan los telúricos farallones de roca, allá abajo, sobre un fondo de rugiente espuma. Algunos también comienzan a recibir las caricias del sol y las plumas blancas de las aves que incuban relucen de una forma que me emociona. Huelo el mar y percibo la espuma que, a pesar de la altura, sube arrastrada por la fuerza del viento para mezclarse con el olor de las jaras pringosas.
Es Jueves Santo pero mi pasión está muy alejada de los cirios y el incienso.
Abajo vuelan los primeros cormoranes moñudos que veo, gaviotas patiamarillas y algunas cigüeñas que me recuerdan a pterodáctilos con su esforzado batir de alas. La escena me parece antediluviana y de una fuerza sobrecogedora. Me recuerda una secuencia de la película “Avatar” que me emocionó especialmente. Esa en la que aparece una colonia de “dragones” alados en un fantástico acantilado flotante del planeta Pandora.
Intento cazar a los moñudos con la cámara pero están demasiado lejos, demasiado oscuros para que pueda fotografiarlos. Se oye una pareja de cernícalos que se despiertan en las rocas, tan solo a una decena de metros pero no los miro porque una cigüeña maniobra a media altura entre los nidos. He visualizado la escena que quiero captar durante toda la noche. La sigo con la cámara poniendo toda mi habilidad en mantenerla enfocada. Está en sombra pero deseo tanto que el sol la ilumine que no puedo dejar de seguirla. Sé que ocurrirá ya que en el pico lleva material para el nido y casi todos ya empiezan a recibir luz. Pulso el botón de enfoque con el pulgar cada dos o tres segundos para optimizar el funcionamiento del autofoco pero no disparo hasta que recibe un rayo de luz. Verifico la exposición en un suspiro y corrijo sobre la marcha para sobreexponer aún más. Tengo que cambiar la velocidad de obturación constantemente, cada vez que el ave se sumerge en la oscuridad, cada vez que se baña de luz, mantener el punto de enfoque en su cuerpo, vigilar la composición todo lo que es posible, desear que se acerque algo más, un poco más. “Mírame bonita. Enséñame las alas. Mírame!”
No me acostumbro a ver la cigüeña lejos de los campanarios, en los dominios de Neptuno, no me canso de ver tanta belleza. Me concentro en el momento para olvidar que el aire sopla con fuerza y que me duelen los brazos de sujetar el pesado teleobjetivo. La cámara y yo somos uno. Las piernas me tiemblan por el vértigo, el corazón late de emoción, la piel se me pone de gallina… de cigüeña.
El ave maniobra constantemente, estudiando la trayectoria seguir para vencer las rachas de aire, esquivar las olas y llegar al nido. Entonces encuentra un lugar por el que pasar entre el laberinto de rachas de viento e inicia un vertiginoso ascenso para acercarse a la luz. Comienza a cerrar las alas para controlar el viento y la diferencia de presión hace que las plumas de su dorso se ricen repentinamente, a modo de olas. Descuelga las patas para recuperar el equilibrio robado por una racha de viento. La cola se mueve como los “flaps” de un 747 y el sol la alcanza de lleno. El rojo de la piel reluce. “Diossss, que bonita es!” pienso mientras aprieto el obturador. Los fotogramas caen uno tras otro mientras sigo la escena. Demasiado sol tal vez, mejor corregir la apertura a medida que se acerca. Tres fotogramas y volver a pulsar el botón de enfoque. Otros tres más, y otros… disfrutar del momento. Unos pocos segundos se hacen eternos a lomos de la adrenalina, el viento y la sal y yo también me siento cigüeña.
La cigüeña ya está en el nido ejecutando la ceremonia de saludo con su pareja, bañados por el sol. “Buenos días”, o lo que quiera que digan las cigüeñas para saludarse. Crotoreo y cuellos estirados contra la espalda.
El mar sigue furioso cuando la pareja ejecuta su ritual, mientras yo reviso las fotografías en la pantalla pero no me importa. Ya no tengo frío, ni vértigo, ni cansancio, sólo la piel de cigüeña. Vuelvo a tener el vello de los brazos erizado por lo que veo en la pantalla.
La tengo.