En la mitología griega, Argos era el gigante de los mil ojos al servicio de la diosa Hera. El mejor guardián que nadie pudiera desear ya que siempre mantenía alguno de sus ojos abiertos. Tras la muerte de Argos, Hera hizo que los ojo de su fiel guardian se conservaran para siempre en las plumas de los pavos reales.
Curiosamente, ninguno de los nombres científico de las dos especies de pavo real (Pavo muticus y Pavo cristatus) hace referencia a la característica más evidente de la especie, los fabulosos ocelos que los machos lucen en las plumas del obispillo. Sí, he dicho bien, el obispillo y no la cola como erróneamente se afirma. Las plumas de la cola son muy discretas y son las que realmente permiten que el ave despliegue sus espléndios atributos.
Alguien no tuvo en cuenta el deseo de la diosa Hera cuando bautizaron científicamente a los pavos reales pero, más tarde, alguien se acordó del episodio mitológico y usó el nombre del gigante para bautizar a otra especie de la familia phasianidae... con doble ración, el faisan argos (Argusianus argos) de Malasia, una de las criaturas más espléndidas con las que he tenido la suerte de toparme en mi vida.
Ni que decir tiene que Hera se sentirá muy satisfecha con el nombre de este faisán.